domingo, 5 de junio de 2011

NEURONAS ESPEJO, TEORIA DE LA MENTE CORRUPCIÓN

Los humanos contamos con sistemas neuronales a partir de los cuales construimos la ubjetividad ajena; es decir, mecanismos a partir de los cuales reconocemos que los otros miembros de nuestra especie poseen subjetividad idéntica a la nuestra. Todas nuestras experiencias se dan en primera persona; sin embargo, tenemos la posibilidad de tener ciertas emociones y sentimientos a partir de las experiencias de los demás: “un elemento crucial de la cognición social es la capacidad del cerebro para vincular directamente las
Durante los primeros años de vida resulta difícil reconocer el hecho de que las demás personas tienen emociones y sentimientos similares a los nuestros; en otras palabras, resulta difícil “ponernos en los zapatos” de otra persona. Sin embargo, a medida que el cerebro madura, desarrolla la capacidad de reconocer que las experiencias de otras personas son similares a las nuestras. Esta posibilidad se da, principalmente, a partir de dos mecanismos: (i) uno neuronal, que consiste en el funcionamiento de lo que se ha denominado áreas o neuronas espejo y (ii) uno psicológico, que consiste en la elaboración individual de una teoría de las otras mentes (ToM).
Neuronas espejo
En estricto sentido, todas nuestras emociones y sentimientos se experimentan en primera persona. Nunca podemos experimentar el dolor de otra persona; podemos estar apesadumbrados por el dolor de otra persona, pero no podemos sentir el mismo dolor. Esta característica de la subjetividad abarcar las sensaciones, las emociones y los sentimientos.
A nivel sensorial, por ejemplo, cuando observamos una manzana roja, no podemos estar seguros de que una persona que se encuentra a nuestro lado, está percibiendo el mismo rojo que nosotros vemos.
Esta total subjetividad se da gracias a que cada organismo cuenta con un sistema nervioso cerrado (Llinás, 2002 ) a partir del cual recrea la realidad en que vive (Salcedo, 2004). En estricto sentido, cada organismo experimenta un mundo único y totalmente subjetivo, pues los colores, los aromas, los sabores, los sonidos y las texturas son procesadas y recreadas en el sistema nervioso cerrado de cada individuo.
En general, y en condiciones normales, los cerebros de los humanos maduran para procesar estímulos visuales, olfativos, gustativos y táctiles similares. Por este motivo, todos los humanos están en capacidad de escuchar un rango similar de sonidos y ver un rango similar de ondas de luz. Nuestro cerebro y nuestro sistema nervioso, en conjunción con nuestros aparatos de percepción, no maduran para ver la luz ultravioleta ni escuchar ultrasonidos, mientras que otras especies, con otros órganos de percepción y otros sistemas nerviosos, sí pueden hacerlo. Por este motivo, en nuestro mundo no tenemos experiencias directas con sonidos de baja frecuencia, como sí lo tienen los elefantes. Todos los humanos tenemos una constitución morfológica y fisiológica similar, por lo cual todos contamos con órganos de percepción y sistemas nerviosos que, aunque no son estrictamente idénticos, son bastante similares.
A pesar de que cada persona experimenta un mundo estrictamente único, contamos con áreas neuronales que nos permiten simular las acciones, emociones y sentimientos ajenos.
En este contexto, simulación se entiende como el proceso en que el cerebro replica, de manera interna, acciones, sentimientos y emociones observadas en otras personas (Gallese et al 2004, p. 396). Aunque no podamos experimentar el dolor de otra persona, sí podemos experimentar malestar cuando vemos que otra persona está sufriendo o está disgustado.
Las neuronas espejo fueron inicialmente descubiertas en el cortex ventral promotor de macacos. En las primeras observaciones, se encontró que estas áreas neuronales respondían cuando el macaco ejecutaba una acción orientada a un objetivo, o cuando veía a otro mono realizar esta misma acción. Así, en las primeras investigaciones sobre estas áreas neuronales, denominadas espejo, se encontró actividad neuronal relacionada con funciones motoras y premotoras. (Gallese, et al, 1996; Rizzolatti et al, 1996).
Cuando vemos que otra persona está disgustada, nuestro cerebro simula una sensación de disgusto. Una de las áreas cerebrales más importantes para identificar y reconocer el disgusto ajeno, la ínsula, es a la vez un área importante en la construcción introspectiva del estado del cuerpo (Craig, 2002). Como lo señala Calder et al, (2000), “el sustrato neuronal de las experiencias emocionales están atadas al reconocimiento de las emociones expresadas por otros”. Así, daños en la ínsula tienen efecto directo en la capacidad para reconocer, específicamente, la emoción de disgusto en otras personas. 
Por otra parte, Adolphs et al, (2003), a partir de observaciones al paciente B, identificó otras áreas del cerebro que, cuando se lesionan, no permiten el correcto reconocimiento de emociones como el miedo, la ira, la angustia, etc.
Adolphs et al (2003), también corroboró la hipótesis de que la capacidad de reconocer el disgusto de otras personas determina las representaciones somatosensoriales internas del disgusto. El paciente B, incapacitado para identificar y reconocer el disgusto, también estaba incapacitado para sentir disgusto; de hecho, ingería comida de manera indiscriminada, incluso la comida repugnante, le era indiferente. Al observar una persona vomitar tras ingerir un alimento, el paciente B señalaba que “esa persona estaba disfrutando de una deliciosa comida.”(Adolphs et al 2003, p.68).
Se puede asegurar que aunque no sentimos el disgusto ajeno, sí experimentamos simulaciones de ese disgusto. En esta dinámica se encuentra la génesis de la cohesión social que, en la especie humana y en otras especies, se convierte en el pilar de la supervivencia. Dado que la convivencia social es indispensable para la supervivencia, resulta necesario reconocer cuando las otras personas están disgustadas por nuestras acciones. En el mismo sentido, reconocemos cuando las demás personas están a gusto con nuestras acciones. Esto sucede porque el amor y el establecimiento de vínculos sociales facilitan la reproducción, generan sentimientos de seguridad y reducen la sensación de estrés y ansiedad (Sue, 1998, p. 780). Reconocer los estados emocionales de las otras personas, y que ese reconocimiento determine nuestro estado emocional, es una dinámica indispensable para la convivencia en grupos sociales.
Gracias a las neuronas espejo, nos sentimos bien cuando las personas que nos rodean están bien, y nos sentimos mal cuando las personas que nos rodean están mal. De hecho, se ha identificado actividad neuronal de dolor propio, generada por la percepción visual de dolor en otra persona (Ramachandran, 2006). Esto quiere decir que la percepción visual de dolor actúa como estímulo para la generación de dolor propio (Hutchison et al., 1999). En esta medida, resulta lógico que nuestra conducta esté orientada, por lo general, a evitar lastimar a otras personas; excepto cuando claramente deseamos hacerlo, pues contamos con mecanismos neuronales que nos permiten identificar claramente si nuestros actos generan disgusto en los demás. Cuando nuestros actos afectan a los demás, se genera disgusto y malestar propio, lo cual nos conduce a abandonar el acto que está generando el disgusto en los demás.
Así, se ha propuesto que en el incorrecto funcionamiento de las neuronas espejo nace la posibilidad de hacer daño a otras personas sin que esto reporte malestar. Si un sicario experimentara una sensación extremadamente dolorosa cada vez que asesina, entonces lo más seguro sería que abandonara esta actividad por su incapacidad de lidiar con el dolor propio. Sin embargo, este sicario puede emprender un entrenamiento emocional para evadir  la sensación de dolor cada vez que asesina, y esto implica alterar el correcto funcionamiento de las zonas neuronales que actúan como espejo.
Un asesino que puede dañar a otros sin sentir malestar propio –o, al menos, sin sentir un malestar tan fuerte que lo persuada a evitar dañar a las otras personas –, en realidad no cuenta con un correcto funcionamiento de sus neuronas espejo. Se supone que en condiciones normales, siempre evitamos producir dolor o disgustar a otra persona, porque esto nos genera malestar.
La comisión de un delito, generalmente, está causalmente vinculada a un daño a otro individuo de nuestra especie. Este vínculo causal en algunos casos puede ser obvio; sin embargo, también puede ser bastante sofisticado y poco intuitivo. 
Si cometemos un delito y con esto dañamos a un miembro de nuestra especie, y este daño es relativamente evidente, la activación de las neuronas espejo generará la sensación del malestar en cuya génesis se encuentra lo que conocemos como arrepentimiento. Esta sensación, aparece en condiciones normales, por ejemplo, cuando se ha cometido un crimen violento.
Una condición necesaria para la activación de las neuronas espejo, es que nuestro acto esté orientado a dañar una persona o un sistema físico cuya antropomorfización y asignación de intencionalidad sea relativamente automática. Una persona que considera un chimpancé como un organismo completamente distinto a un ser humano, carente de intencionalidad, emociones y sentimientos complejos, no sentirá arrepentimiento por dañar y posiblemente asesinar un chimpancé. Para esta persona, un chimpancé es un sistema físico carente de intencionalidad, como lo puede ser un río o una piedra, y casi nadie siente dolor al golpear una piedra; nuestro cerebro no está capacitado para reflejar y simular el “dolor” que pueda sentir una piedra. Al contrario, una persona que considere a los chimpancés como sistemas intencionales, con emociones y sentimientos complejos similares a los humanos, experimentará una activación de sus neuronas espejo si lo lastima.
Cuando una persona daña un sistema físico que no considera intencional, sus neuronas espejo no se activan y, por ejemplo, no experimenta dolor propio a causa del dolor ajeno.
En estos casos, el arrepentimiento sólo puede darse si el sistema físico dañado – interpretado como no intencional – pertenece a una persona, pues en estos casos, también se está dañando una persona aún sin haber tenido un contacto directo con ella. En estos casos, el daño se puede dar por una relación causal de segundo orden; por ejemplo, al dañar un bien de una persona. Esto parece ser más relevante en sociedades capitalistas contemporáneas, en las que se debe salvaguardar los bienes, por el alto valor emocional que las personas le asignan a ciertos objetos que se interpretan como tales. De esta manera, se da una activación de las neuronas espejo por una situación del tipo: “yo daño el bien X de la persona Y, ergo, estoy dañando indirectamente a la persona Y”.
Así, con la comisión de algunos crímenes se pueden esperar la activación de las neuronas espejo; sin embargo, este no parece ser el caso de los crímenes relacionados con la corrupción pública.
experiencias de la primera y la tercera persona.” (Gallese et al, 2004, p. 396)